Nadie garantiza que un hombre se hace más sabio con un libro, o
con muchos, pero que hermoso es tener uno, con pasta dura, con olor a nuevo,
sus hojas recién impresas, ilustraciones a color, o descuadernado, con las
hojas arrugadas, con orejas, y algunas marcas de polilla, nadie diría que un
desorden es hermoso, pero una pila de libros es como cruzar un cañón por la
mitad, y admirar lo profundo de un abismo entre las rocas y montañas.
Libros apilados como edificios que se alzan unos sobre otros, un
hombre no se siente solo cuando los tiene al lado, las voces, los besos, las
caricias de muchos seres humanos se encuentran ahí, así como la tragedia y la
locura, como la muerte misma, los libros se abren para ser acariciados, un
hombre fuma un libro con sus ojos y se enlista para un viaje de fantasía, ese
mismo bebe aquellas páginas y se embriaga de sentimientos, pero aun así, puede
abrazarse a las letras y perderse en las piernas de una confidente letra.
Cervantes falló al decir que los libros le secaron los sesos a Don
Alonso Quijano, un hombre que lee tiene su materia gris nutrida y ejercitada,
llena de fuerza para soportar los embates de la vida, y capaz de superar muchas
enfermedades, aunque la locura del tal Quijote no fuera más que un término,
porque nada hay más sensato que intentar salvar a la humanidad, aun en contra
de la razón, Recorrer en su Caballo las tierras de Castilla para recordarle a
la estirpe parlante que no hay causa perdida.
Nada de malo tiene con dormir con un libro en la cabecera de la
cama, ¿acaso los sueños no son más placidos al pensar en cosas más gratas? lo
que un padre debería enseñar a su hijo es a leer por pasión y por gusto, a
entregarse a conocerse a sí mismo y a la historia, y a recorrer todos esos
rincones que van más allá de la carne y la sangre, un hombre que lee nunca estará
perdido.
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