Mi mejor amiga me llama para decirme que
su hermana está muy grave, y que en cualquier momento se va, ella tenía una
hija de 8 años, siempre andaba armando parches culturales, no era de mis simpatías,
pero ¿quién lo es? tengo ese carisma de una piedra seca bañada en el sol del
desierto, imposible de igualar, a mí lo que me importaba era acompañar a mi
amiga, siempre recuerdo ese proverbio que dice "vale más estar en casa de
duelo que permanecer en el gozo y en las fiestas", conocí de vista a
muchos de los amigos de la poeta, gente dedicada a una vida más bien hedonista,
con poco interés por el capital y por conservar un trabajo fijo, o tener alguna
relación con la sociedad empacada al vacío en la que vivimos,
"chirretes" como les llamo yo, tomadores de tragos espirituosos de
dudosa procedencia, que filosofan drogados, que escriben con la cabeza
reventada de tantas sustancias, esos se tomaban fotos con ella, se hacían ver
como sus amigos.
llegar al funeral fue sencillo, el día
gris adornado con el bochorno caleño del mediodía, y ni uno solo de sus amigos,
saltimbanquis, trapecistas, punkeros, ni uno, por un momento vi en la terminal
una muchacha menuda con un balón de básquet que rodaba sobre su índice, y pensé
"aquí llegaron las momias estas, por fin" no venía a velarla, solo
estaba un pequeño grupo familiar, madre, padre, tíos, hermanas, la hija, y un
señor que rezaba a grito herido, con una pierna y una mano secas, después de su
bello acto de misericordia, pidió su modesta limosna de cincuenta mil pesos,
practique mi ceremonia de probar la aromática de cada funeraria, esta tenía el
sabor inconfundible de la tisana hindú más barata que había probado en mi vida,
de las hojas secas de limoncillo que no tienen ninguna virtud, mi mejor amiga
de toda la vida, hablaba evadiendo la realidad, la lleve a comer, un
maquinal acto de misericordia que siempre practico con todos los dolientes
amigos míos, porque a nadie se le ocurre pensar que a los dolientes se les
olvida comer y dormir en el trance de su dolor, bus que llega, y partimos para
el lugar de la despedida.
Una misa maquinal con un cura que cantaba
una y otra vez el mismo cantico, sin poderle atinar a la misma nota en una sola
de sus repeticiones, era como escuchar un concierto dodecafónico por horas, me
aparte de tal espectáculo, ahí estaba, resistiéndose a hacer parte de las letanías
mecánicas, de los consuelos repartidos en serie, la industria de la fe en
movimiento, tres difuntos esperaban en la fila, y rumbo al crematorio.
Los amigos ya no son lo que eran, abro mi Facebook,
tantos lamentos escritos en su muro, y ni uno solo de esos zoquetes fue para
despedir su cuerpo en persona, ¿trabajan? no, ¿tienen responsabilidades? parece
no importarles, estaban ahí, lamentando su muerte por internet, mientras yo
paso por la plazuela, y los veo celebrando con libaciones de vino y música punk
a todo volumen, valientes amigos, pero siempre lo he sabido, el amigo de farra
no vale un peso, el amigo que vale, acompaña en el dolor, y mi querida difunta
no tuvo más amigos que estos, que la acompañaron hasta el fin, aunque no
estuvieran siempre de acuerdo con su vida, los amigos no tienen que estar de
acuerdo con uno siempre, es más, no celebran cada estupidez, quizás le
desagrade lo que uno hace, pero solemos confundir un abrazo de enrojecido
aguardiente con la verdad, triste, pero es así.